"Kamala" o flor de loto
04/09/2019
Reproducimos a continuación uno de los relatos participantes en la IX edición del Concurso de Relatos Solidarios, organizado cada año por Fundación Juan Bonal, y que une literatura y valores humanos en un evento muy especial y lleno de sensibilidad y emoción.
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"Kamala" o flor de loto
En Tamil Nadu nada es lo que parece. Ni siquiera el agua llega como antes, quizá porque los dioses han dejado de estar contentos con lo que hacen sus gentes. Para cualquier familia, sobrevivir se convierte en un reto, sobre todo si el arroz no produce lo suficiente y si el mijo se aniebla antes de granar. Kamala apenas tiene seis años. Desde que amanece, trabaja con los mayores en los arrozales, arranca la maleza, carga cubos con agua, cocina y cuando no, acude a la casa del patrón para trabajar en lo que mande la señora. A veces sus ojos se nublan, sobre todo cuando observa a otros niños caminar en dirección a la escuela. Sabe que allí les enseñan a leer y a escribir pero en casa suya no se puede. Las prioridades son otras. Necesitan tener algo que comer. Y faltan manos que colaboren a ese sustento mínimo. Solo el rato que se junta con su amiga Ratna parece feliz.
Es un año mayor que ella, por eso sabe tanto. Le cuenta que hace unos días estuvo con un extranjero y le dio cinco rupias. Que tampoco había sido desagradable. Que piensa repetir porque entonces su madre la dejará ir a la escuela sin protestar. Madrugará más para hacer las tareas. Se acostará más tarde para repasar las lecciones. Kamala nunca ha marchado sola lejos de su casa y la escuela está a varios kilómetros andando. Tampoco puede preguntarle a sus hermanas mayores. En cuanto cumplen los nueve, las casan y ya no vuelven ni de visita. Su madre le dice que así ha sido siempre. Que tendrá suerte si encuentra un buen esposo. Kamala recuerda a sus cuñados. Le habían parecido viejos. Y sus hermanas estaban tan silenciosas que en vez de bodas, parecía que celebraban funerales. Solo su hermana Natesa le había confesado estar asustada. Su esposo ni siquiera se la había vuelto a mirar, como si lo único que importara fuera que trabajara mucho y bien. Al menos esa fue la única recomendación de su madre. “Pórtate como se espera de ti, hija” Ni siquiera había reglado una sola vez. Tampoco nadie le había hablado de qué hacer.
A Kamala le gusta hablar con Ratna porque se invente o no las palabras, cuenta muchas cosas. Le dice que tenga cuidado, aunque Kamala no lo entiende a la primera. Por eso Ratna tiene que esforzarse mucho para explicarle lo que le pasó a Sarisha cuando fue al mercado. Le cuenta que varios hombres la rodearon, le quitaron el salwar (prenda unisex interior) y se tumbaron uno detrás de otro sobre ella. Como Kamala parece no entender, Ratna le explica en qué consiste aquello, en lo que duele, porque ella es pequeña y los hombres muy grandes. Le habla de la diferencia de tamaño y de lo imposible que es meter algo grande en ese lugar pequeñito que tiene entre las piernas. Le habla de la cantidad de sangre que perdió Sarisha, de cómo la insultaron llamándola sucia y de que nadie, absolutamente nadie, le había ayudado con esos hombres. A Kamala le entra miedo de verdad. Tiene que hacer lo que sea por aprender en la escuela y no casarse por lo menos hasta los veinte. O hasta que crea estar preparada para hacerlo. Pasan los días y Kamala no se decide. Tiene que escuchar como Opal, otra niña que apenas conoce ha decidido suicidarse porque no soportaba que su marido la tocara. Y que Dulari falleció en la fábrica porque no comía y apenas tenía tres horas para descansar. A Tenaya la apalearon porque no había terminado una alfombra a tiempo. A Gitanjali le cayó el tejado de la nave donde cosía quince horas seguidas los vestidos de seda. A Hema la habían vendido por un cuenco de arroz. Desde no hacía mucho, a Kamala también le da miedo su padre. Le pega sin motivo y chilla tanto que esa casa que podría ser un refugio, era un infierno permanente.
Ambas se dan cuenta de que ser niña en la India es peor que ser niño. Deben llegar hasta Karattupuddur. Allí seguro que las ayudan. Dirán que son huérfanas. Que quieren estudiar. Seguro que a nadie le importa su casta. Al menos, Kamala sabrá si Ratna miente o le ha dicho la verdad. Kamala llega con los pies casi en carne vida de despellejados. Ratna la ha cargado en los hombros los últimos kilómetros y está tan agotada que se desvanece.
Cuando se reponen un poco, tienen pocas preguntas que responder. Las profesoras las visten con un uniforme, les lavan y desenredan el pelo, las calzan con zapatillas y les asignan una cama para dormir. Ambas niñas tardan semanas en sonreír de nuevo. Al principio suelen esconderse y jamás se acercan al vallado, no fuera cosa de que los suyos las estuvieran buscando para arrastrarlas de regreso a casa. En clase trabajan mucho para alcanzar a los demás. Aprenden rápido. Son como esponjas que absorben todo lo que se les enseña. De alguna manera, presienten que en la India el tiempo se rige de distinta manera y, por si acaso, aprenden hoy lo de mañana, antes de que la rueda de la vida las obligue a regresar al lugar del que escaparon y a una ley de castas que se olvida en el colegio igualando a todos los niños. Cuando dejen de ser analfabetas tendrán libertad para elegir su destino. Y seguro que a los dioses no les importa mucho.