"La generosidad crea una enorme alegría en el corazón"
26/07/2019
Hablamos con la Hermana Alicia, una pionera que ha sido misionera largo tiempo en Vladivostok (Rusia)
Háblanos de la Comunidad de Hermanas que vivís en Vladivostok.
Es una Comunidad establecida hace 20 años. En Vladivostok vivimos 4 Hermanas, 2 europeas y 2 asiáticas: una Hermana rusa trabaja en un centro de desintoxicación para alcóholicos y toxicómanos de la ciudad; yo trabajo actualmente como profesora de español en la Universidad Federal del Lejano Oriente; la Hermana Elma trabaja en Tropinka, un centro de atención a niños vulnerables ubicado en Romanovka, a 100 kilómetros de Vladivostok, y la Hermana Malu estudia ruso para ir a Tropinka en un futuro.
¿Cómo es vivir en un lugar como Vladivostok?
Esta ciudad se creó para dar espacio a la Armada rusa en el Pacífico, por lo que la presencia y peso del elemento militar es muy intensa. Por otro lado, se venden coches japoneses de segunda mano. Así se nutre la ciudad, que es la más oriental de Rusia, situada a 10.000 kilómetros de Moscú, donde acaba el Transiberiano, que es el continente asiático, no el europeo. Cuanto más te alejas de Moscú, menos desarrollo observas. Vladivostok se ha desarrollado, ya que antes no había luz, agua ni servicios, pero las localidades rurales cercanas no se han desarrollado igual.
Es difícil vivir aquí, pero tiene algo especial. A Rusia no se le puede comprender, solo se le puede amar. Nosotras amamos a las personas que tienen necesidades, que en este lugar se concentran en 3 áreas: politoxicomanía y alcoholismo, los niños de la calle y las complejidades entre fe y cultura.
Háblame de Tropinka, ¿cómo nació este proyecto?
Tropinka era un sueño que yo tenía. En Romanovka había una pequeña comunidad católica a la que atendíamos, y, haciéndolo, descubrimos una necesidad: niños afectados por situaciones difíciles provocadas por el alcoholismo. Estos niños proceden de familias desestructuradas en las que sufren graves carencias, falta de atención, maltrato, violación, etc. Estos padres pierden el control bajo los efectos del acohol y no se preocupan por el bienestar de sus hijos.
Ante esto, la Congregación puso en marcha Tropinka en 2009, abierto a todos los niños de Romanovka, pero pensado especialmente para aquéllos que no tienen a dónde ir. Buscamos a 3 seglares que atienden el centro: no son católicos, ni siquiera creyente, pero han entendido el espíritu del centro y atienden a los niños con los valores de la familia de Santa Ana. Ahora, acudo al centro un día a la semana. De todos modos, la Universidad y Tropinka se relacionan muy bien: los niños de Tropinka han visitado la Universidad, y las personas de la Universidad han hecho donaciones para los niños.
¿Cómo es el día a día en Tropinka?
Los niños salen de la escuela y van a Tropinka. Es un espacio libre, a salvo, donde no hay actividades organizadas: no es un colegio. Los niños entran y deciden qué quieren hacer: pueden descansar, comer, estudiar, jugar, bailar, hacer amigos... Hay salas de teatro, juegos, música, etc. Pero el objetivo no es hacer una actividad, sino sentirse bien. Tropinka es un refugio, un lugar donde los niños están a salvo.
¿Habéis vivido situaciones difíciles con los padres o las autoridades?
Con los padres no, ya que no se interesan por sus hijos. Con las autoridades, hubo una cierta reticencia al principio. Aunque sean los seglares quienes gestionan el centro, y nosotras aparezcamos oficialmente como voluntarias, todo el mundo sabe que fuimos las monjas católicas las que lo pusimos en marcha, y hubo quien se planteó si íbamos a hacer proselitismo con los niños. Hoy, Tropinka es una realidad consolidada y las autoridades están muy satisfechas porque, entre otras cosas, ofrece oportunidades a los niños que, como efecto secundario, están evitando la delincuencia.
¿Qué importancia tiene la sensibilización de la sociedad con vuestra labor?
Para que haya sensibilización, primero es necesario conocer. Pero mi experiencia es que, cuando se ha dado a concoer lo que hacemos, la respuesta ha sido inmediata.
Fundación Juan Bonal financia íntegramente el centro de Tropinka. Gracias a los colaboradores, tenemos comida, higiene, transporte, seguridad, calefación... Por ejemplo, la leña del año pasado y éste se ha financiado gracias a la donación de un grupo de mis antiguas alumnas. La Fundación es una cauce de ayuda vital, casi todo se canaliza a través de ella.
¿Qué les dirías a los colaboradores que ayudan al sostenimiento del centro?
Varias cosas. En primer lugar, que cada euro que se dona es recibido por los niños, íntegramente. Por ejemplo, hubo quien me dio un dinero "para fruta", y yo lo tengo en un sobre, destinándolo a comprar plátanos para los niños. No se trata de dinero genéricamente hablando, sino de algo que luego se convierte en cosas concretas que ayudan.
En segundo lugar, que la distancia no impide la solidaridad. Estamos lejos, pero el mundo está muy unido, y la solidaridad une todavía mucho más. La generosidad crea una enorme alegría en el corazón.
En tercer lugar, que vengan y vean todo lo que hay aquí. Les hará sentir muy felices, estoy segura.