"Iris de paz", de Expédito
14/01/2019
Un relato finalista del Concurso de Relatos Solidarios de Fundación Juan Bonal.
***
Abro los ojos. Bajo mi inconsciencia quedé dormido sin darme cuenta como si de un bebé fuese amamantando del pecho de su madre. Me encuentro recostado en la mesa con la cabeza apoyada en el ordenador. Miro la pantalla está apagada, palpo con el dedo índice el rectángulo táctil, se enciende el monitor y observo un texto, eran las últimas palabras escritas de la novela que estoy terminado, «Niara». Dirijo la mirada hacia la parte inferior derecha del escritorio, observo la hora y el día: Las siete y treinta de la mañana. A continuación debajo, veintitrés de mayo de dos
mil dieciséis.
Había tenido un sueño raro, impreciso. Me hablaba una niña. Sus rasgos eran bellos. Tenía unos luceros como un precioso lirio azulado flotando en una mirada limpia en su amplio océano transparente. Su nariz era achatada como gotas de aguas al caer desde el cielo llegando a su fin. Y una piel tersa, negra de verdad; como al respeto y color de los que ya no están, y siempre añoramos. También recuerdo el susurrar de esos marcados labios donde pronunciaba unas melodiosas palabras angelicales que dicen:
— Karuzi-Burundi… Karuzi-Burundi… Quiero ser igual que tú.
Sonreía y se marcha correteando por un angosto túnel oscuro.
Un poco aturdido sólo podía discurrir en mi pensamiento que tan conmovedor suceso en el sueño podría ser real. Inmediatamente busco Burundi, me sonaba a algún país africano. Efectivamente el buscador de internet me indica República de Burundi.
Con plena facultad de comprender las cosas instantáneamente sin necesidad de razonamiento, empiezo a buscar un billete de avión para su capital Bujumbura, tenía que desplazarme hasta una de sus provincias Karuzi.
Todas las indicaciones para viajar a Burundi eran completamente desfavorables. Se desaconseja el viaje en cualquier caso. Las últimas elecciones en el pasado año por su repetición, conseguía nuevos enfrentamientos políticos con actos de extrema violencia en el país. La capital y zonas cercanas a la provincia, es un ambiente aterrador protagonizado por guerrillas urbanas con un gran riesgo de guerra civil. Esto me lo narraba con angustia la señora de la agencia de viajes.
Llego nuevamente a casa, desilusionado y afligido me siento a descansar en mi sillón preferido, en él comenzaría a leer. Tengo varios libros en una pequeña mesa auxiliar cercana, aparecen unos encimas de otros; «Canto a mí mismo. W. Whitman», «Poesía completa. C. P. Cavafis» y uno último abajo en un tamaño mayor «Poesía completa. F. García Lorca». Definitivamente tomé la decisión por el primero, es la obra más pequeña, y me puse a hablar con Whitman; él me canta:
¡Qué alegría cuándo nos damos cuenta de que los pueblos están tan cerca unos de otros a través de sus poetas! ¡Qué sólo la política separa a los hombres: los cabildos y los concejos!
Un día, cuando el hombre sea libre, la política será una canción.
El eje del universo descansa sobre una canción, no sobre una ley.
Cantan las esferas.
Finalmente Whitman por sus letras me habla: «Aquel que camina una lengua sin amor, camina amortajado hacia su propio funeral».
Quedé en un sopor profundo. Al despertar de la siesta nuevamente estaba preocupado. De nuevo me aparece ese ángel que me decía:
— Karuzi-Burundi… Karuzi-Burundi… Quiero ser igual que tú.
Llamo de manera urgente a Luisa la señora de la agencia, confirmándole mi vuelo para Bujumbura.
En el aeropuerto de Bruselas camino por la pasarela telescópica, pronto llegaría a mi asiento. Ya en él sentado, le pido a la azafata que me diera por favor una pequeña botella de agua, ingiero un suave somnífero, los paseos en avión me dan pánico. Poco a poco antes de despegar estoy dormido.
Despierto, felizmente. Este sueño fue muy especial. Se manifestaba de manera clara, una niña de doce años. Estamos andando por el poblado, su nombre es Karuzi, la temperatura es cálida unos veintidós grados centígrados, la zona es árida. Observo una pequeña capilla con un reducido campanario. Hay vacas que van a comer a un corto pasto rodeado de algunos eucaliptos. Ella corre por el minúsculo prado seco con unos amigos. Sonríe, no para de sonreír. Me coge de la mano y me lleva a una casa pobre, su forma es circular con una sola entrada. Está hecha de barro o arcilla, y su cubierta son chamizos envejecidos. Nos sentamos en una banqueta alargada de madera, donde también hay una especie de tablero. Ella con plena ilusión y el brillo de esos ojos azules iluminados meramente de felicidad, empieza a decirme:
— Señor, yo quiero ser igual que tú. Quiero aprender a leer y a escribir. Me encantaría escribirle al mundo lo que siento y lo que quiero. Qué solamente es amar.
Le contesté:
— Claro, yo te enseñaré. Y serás una gran escritora.
Una vez pasado esos preciosos segundos del recuerdo de este último sueño percibo por la ovalada ventanilla, que el avión va perdiendo altura de manera incontrolada. Todo el mundo grita desconsolado con inmensos llantos.
De repente pierdo el conocimiento, el silencio me tranquiliza, la calma está presente. La Escucho nuevamente, está conmigo. Y me pronuncia:
— Mi nombre es Niara.
Me mira, le miro.
Sonreímos, y escribimos.
***
Participa en la próxima edición del Concurso que une literatura y solidaridad.
Toda la información se publicará puntualmente en la web de la Fundación:
www.fundacionjuanbonal.org