La nueva estrategia de trabajo de Fundación Juan Bonal ya se está aplicando en Ruanda. Este nuevo enfoque supone un impacto fundamental para la población beneficiaria. Aquí está la historia de Kabanda Sylvere, uno de los beneficiarios del proyecto ruandés.
En un primer momento, cuando te acercas a Kabanda, lo primero que te impacta es su mirada: una mirada cargada de melancolía, pero que transmite una gran fortaleza. Una fortaleza quizás obligada por su situación. A pesar de ser una persona joven, Kabanda está a cargo de sus hijos, ya que su mujer se encuentra en el hospital.
Para ello, Kabanda tiene que cultivar huertos de otras familias, cuidar cerdos de vecinos, remendar zapatos... Mantiene una economía de subsistencia. No en vano, su condición está catalogada como pobreza alta o muy alta.
Entró en el proyecto porque una de sus hijas presentaba desnutrición, por lo que fue atendida desde el Centro Nutricional de las Hermanas de Santa Ana en Mugina. Ahora podemos decir con satisfacción que ya esta curada.
Con el objetivo de prevenir que esta situación se vuelva a repetir, se incorporó al programa de huertos familiares sostenibles. Ahora dispone en su casa de dos huertos piramidales con verduras variadas que ayudan a asegurar una alimentación adecuada para toda su familia.
Este proyecto está alineado con el trabajo de FAO Ruanda, que prioriza el trabajo de estos huertos familiares. Según FAO, un huerto es una superficie de tierra muy importante para la familia, ya que es el medio más directo y económico para abastecer a la familia con alimentos complementarios durante todo el año, representando un sistema agrícola completo.
Éste es un ejemplo de cómo personas reales, concretas, reciben ayuda en forma sostenible, permitiéndoles desarrollarse con autonomía y solucionar, poco a poco, las dificultades de sus vidas. Todo ello con garantías de un cambio duradero que cree espacio para la esperanza en el futuro y el abandono del asistencialismo puntual.