La dureza de ser un niño discapacitado en Filipinas.
04/12/2014
En 1964 el matrimonio americano Samuel y Elsie Gaches donan 16 hectáreas al gobierno con la condición de que éstas fuesen dedicadas exclusivamente para usos sociales. Desde entonces y hasta nuestros días, el centro, en el que trabajan las Hermanas de la Caridad de Santa Ana, acoge a más de 600 niños que presentan deficiencias y minusvalías de todo tipo.
Los niños de Elsie Gaches sufren hidrocefalia, epilepsia, autismo, parálisis cerebral y síndrome Down, entre otros problemas. Han sido abandonados y desatendidos por sus familias, ya que la mayoría de ellas no conocen los cuidados muy especiales que son necesarios ni tienen capacidad para afrontar los gastos para las medicinas que necesitan.
Las hermanas desarrollan un programa integral de sostenimiento del centro que necesita un importante fondo de recursos económicos. En la actualidad, la financiación se obtiene desde cuatro instituciones: el propio gobierno filipino, la fundación Elsie Gaches, la Congregación de Hermanas de la Caridad de Santa Ana y la Fundación Juan Bonal. En los últimos años, se ha desarrollado un cambio significativo respecto de la atención de los pequeños, ya que antiguamente solo el gobierno gestionaba su dirección, y las carencias, en todos los sentidos, eran totales.
La atención en este centro incluye todas las áreas: alimentación, alojamiento, medicación, procesos de rehabilitación... para tantos niños, es un verdadero milagro. Sirva como ejemplo que, para mantener el proyecto, se necesitan a diario 300 kilos de arroz, 60 kilos de carne, 22 kilos de jabón en polvo...
Beatriz Miranda, presidenta de la Fundación Elsie Gaches, ha sido la gran precursora de la atención a estos niños, creando las infraestructuras necesarias tras el derribo de los viejos barracones cuyas paredes contemplaban a niños maniatados y completamente desatendidos.
Dice Beatriz: “Lo primero a lo que nos hemos dedicado es a tener a los niños como seres humanos, en lugar de estar tirados en los suelos. Cuando empezamos a trabajar aquí los niños estaban en muy malas condiciones, estaban tirados en el suelo, era como en los tiempos antiguos, les tenían encerrados con cadenas y con rejas y la verdad es que decidimos que había que empezar a hacer algo. Entonces empezamos a edificar algún edificio, alguna casa nueva para ellos y luego pensamos que podíamos hacer con ellos para civilizarlos un poco porque los pobres estaban bastante salvajes.
Entonces se nos ocurrió a una amiga y a mí que como el juego nacional es el basketball, que porqué no intentábamos enseñarles y empezamos a enseñarles poco a poco creyendo que nunca serían capaces de obedecer órdenes ni nada, pero les gustaba tantísimo que la sorpresa fue que empezaron a responder muy bien y a tener muchísimo entusiasmo y a cambiar de manera de ser y de carácter y todo y empezaron a alegrarles la vida, se empezaron a reír y nos dimos cuenta que si tenían capacidad, entonces trajimos a un entendido de ello para que les enseñase y la verdad es que fue una preciosidad como iban mejorando día a día y como iban adquiriendo salud, y les dábamos leche extra y algo de comida extra y de repente empezaron a portarse muy bien en los dormitorios, a portarse bien a diario, a cambiar de carácter, a estar felices y luego también por las noches veían los partidos nacionales del país y eso les daba muchísimo ánimo y realmente para nosotros fue una de las mayores satisfacciones que hemos tenido".
Se ha construido una pequeña escuela en la que se dan las clases de formación más especializadas. A pesar de que el progreso de estos niños es muy lento, el camino recorrido es impresionante y lleno de satisfacciones por los logros conseguidos.
La Hermana Savita, superiora de la comunidad en Elsie Gaches, nos recuerda que todos podemos ser parte viva en este proyecto, y no dejar que las minusvalías disfracen la verdadera esencia de la vida de estos pequeños.