Expresión de solidaridad

Primi Vela comparte con nosotros la historia de la niña de los ojos de Pantera.

24/02/2014

24/02/2014 Primi Vela comparte con nosotros la historia de la niña de los ojos de Pantera.

La Hermana Primi Vela recuerda con cariño la historia de "La niña de los ojos de Pantera", localizada en Ankur, en el centro en el que ella ha desempeñado una incansable labor. La historia, que es real, fue recogida en el libro "Cincuenta historias de solidaridad", editado por Manos Unidas. Hoy, la Hermana desea regalarnos de nuevo estas líneas.

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Rani tiene los ojos de una pantera herida. Grandes, profundos, verdes… rotundamente tristes. Amanece agazapada entre las basuras que recorren Mumbay, esperando el mejor momento. A un lado de la carretera, el ejército de pequeños vagabundos hace sus necesidades, elevando hasta lo imposible el hedor de la ciudad: las niñas habrán de esperar a la noche. Casi todas las pequeñas sombras que deambulan en el slum de Ganeshagar son femeninas. Los padres indios jamás abandonarían a un varón.


Su padre sí la apartó de su lado, pero sólo después de quemar viva a su madre. Los ojos de la pequeña pantera tienen grabada esa imagen, al igual que la de los autobuses que, entrada la mañana, pasan a toda velocidad por la autopista. Un pequeño salto y todo habrá acabado. Rani avanza, con los ojos cerrados. Milagrosamente, el autocar frena a tiempo, y los rikshaw logran esquivarla. Al otro lado de la carretera, una gran verja, y rumores de juegos, gritos y risas. La pequeña pantera abre los ojos. “Ankur”, se llama la escuela. Junto a la puerta, todavía alarmada por el ruido ensordecedor de la carretera, una mujer con hábito gris. Y una sonrisa.


Un té caliente devuelve el color a las mejillas quemadas de Rani. El sol no es el único causante de las cicatrices de la niña de los ojos de pantera. A su lado, la mujer del hábito gris la toma con dulzura entre sus brazos. El jardín de la residencia bulle de canciones. Rani duda al cruzar sus ojos con otras panteras de ojos más tranquilos, casi sonrientes, aunque el recuerdo de la jungla se adivina en un parpadeo nostálgico y asustado. ¿Qué será aquel lugar?
Una adolescente con sari rojo se acerca, la coge de la mano y se la lleva a un corrillo donde otras niñas cantan. La música amansa a las fieras, o eso dicen. Kushbo, la chica del sari rojo, lo sabe perfectamente. Nació y creció en el mismo país que Rani, a cientos de kilómetros de distancia. Con cuatro años, fue secuestrada y drogada en las calles de Nueva Delhi. Cuando despertó, trabajaba como esclava en Mumbay. A los pocos meses logró escaparse, y durante semanas buscó a sus padres por unas calles oscuras y desconocidas. Tardó meses en darse cuenta que aquella ciudad ya no era la suya. El hedor de los slums es el mismo en cualquier ciudad de la India.


Suena una campana, y Kushbo, instintivamente, dirige la mirada hacia la verja donde minutos antes Primi Vela –que así se llama la mujer del hábito gris- ha recogido a Rani. Sabe que no son ellos, pero no pierde la esperanza de que un día aquella religiosa aparezca con sus padres, igual que un atardecer se hizo presente en el arroyuelo donde la niña se había agazapado para tratar de acabar.


Las hermanas de la Caridad de Santa Ana, que así se llama la orden religiosa a la que pertenece Primi Vela, han logrado de Kushbo pueda estudiar, y hasta soñar con llegar a ser enfermera, y curar las heridas de tantos otros que no han tenido su suerte. Casi cinco millones de personas en Mumbay malviven en los slums, muchos de ellos niños robados, violados, esclavizados y con sueños rotos. Con ojos de pantera malherida. Kushbo es la encargada de dar la bienvenida a las pequeñas que, como Rani, llegan por vez primera a Ankur. 240 chicas estudian y viven en este centro. Cuatrocientas han pasado desde que abriera en 1997, con el apoyo de Manos Unidas.


Cada pequeña pantera trae sus lágrimas, su horror y su recuerdo de la jungla. Muy pocas portan esperanza. Varias se quedaron por el camino: la llamada de la selva pudo más, y las panteras regresaron a las basuras, las esquinas, la podredumbre y la muerte. Otras han llegado a ser enfermeras, oficinistas… algo impensable para una mujer de los slums.


Suena de nuevo la campana, y las niñas entran en la escuela. Es hora de la clase inglés. Rani traspasa el umbral junto a Kushbo, dejando atrás las ruedas del autobús, la lata de gasolina y las mordeduras de ratas. Los recuerdos volverán, pero será otro día. Quien no entra en clase es Yaima, trece años, ojos de pantera adulta. Toca amamantar a su bebé, que nació cerca de Ankur hace unos meses. Primi Vela la encontró en una de sus rondas por Ganeshagar, allá donde el hábito blanco se vuelve gris en apenas minutos. Las callejuelas son tan estrechas que apenas puedes penetrar en ellas de perfil. El sol revienta en los tejados de chapa, y el barro es más potable que el agua que discurre por el suelo. Todo un pozo de infecciones.


Al doblar una esquina casi tropezó con unas débiles piernas abiertas, rompiendo aguas entre perros muertos y latas vacías. Su sueño era convertirse en una estrella de Boolliwood, pero la canción que salió de sus entrañas en la enfermería de Ankur fue tan preciosa, e irrepetible, que ya no quedaron ganas de cantar. En India, el mejor método anticonceptivo es la educación, y Yaima sabe que su suerte, y la de su hija, están en aquella escuela.
Se hace de noche, y Rani está convencida de que hoy no va a poder dormir. Es la primera vez que sus pequeños huesos reposan en un colchón, con sábanas limpias y un pijama con el que descansar. Antes ha podido ducharse, llenar el estómago y sentarse en una silla y una mesa con mantel, cubiertos y vasos de cristal. Su piel es menos oscura de lo que habría podido imaginar. Tal vez algún día pueda acariciarla y sentirla suave.


Las luces se apagan y el silencio es abrumador. Asusta a la pequeña pantera. Afuera se escucha el ruido de la jungla, y Rani teme que sus fantasmas aparezcan de repente y la devuelvan a la selva. Al fondo, una pequeña vela que se agita. Primi da un último paseo, y la pequeña pantera siente que alguien, por primera vez, cuida de ella. Y sus grandes ojos verdes, poco a poco, se van entornando. Y Rani acaba rendida, oliendo el algodón de sus sábanas y rezando para que, esta vez, no se trate de un sueño.

 


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